¡Hola de nuevo, ratones! Bueno, ya sé que siempre digo que publicaré y que nunca lo hago, pero es que durante el curdo ando muy liada y siempre tengo un millón de cosas que hacer... Así que aprovecho hoy, domingo, para poner el siguiente capítulo de nuestra historia "Harry Potter". He cambiado algunas cosas del primer capítulo, así que lo pongo también para que no tengáis problemas para seguir la trama. Ahí va:
Capítulo
1.
Andy abrió los ojos perezosamente y dejó
que el sol estival le alumbrase directamente en el rostro. Cegada por el
repentino resplandor, arrugó la nariz y se incorporó en la cama. Como todas las
mañanas, lo primero que le saltó a la vista fue la enorme estantería de madera,
atestada de libros. Justo en el centro, los siete libros de la saga "Harry
Potter" ocupaban un lugar de honor. Andy los había leído, releído y vuelto
a leer decenas de veces.
La sensación que notaba en el estómago al
tener en las manos esas novelas era especial, distinta a cuanto había sentido
nunca. Además de amar aquellos libros, Andy había creído en las historias que
estos narraban hasta hacía muy poco tiempo.
Cuando, con siete años, abrió por primera
vez la primera de las novelas que ahora descansaban en su estantería, abrazó la
historia con todo su corazón. Fue su hermana mayor, Sara, quien mordazmente le
había dicho que sólo los críos creían en libros de fantasía.
Después de reflexionar largo rato sobre
aquello y de derramar algunas lágrimas silenciosas, Andy había aceptado la
realidad: las escobas voladoras, varitas mágicas y libros de hechizos sólo
existían en las desgastadas páginas de sus libros.
Pero aún así... Andy hubiese dado cualquier
cosa por tener una lechuza parda que le llevase cada día El Profeta,
comprar en Ollivander's su varita mágica y viajar en las carrozas tiradas por
thestrals de Hogwarts.
Apartando la vista de la estantería de
roble, Andy bajó de la cama de un salto, abrió la puerta de su habitación y
salió al rellano de la escalera. En el piso de abajo, su padre desayunaba
sentado a la pequeña mesa de madera, llena de arañazos por el uso.
-Bu-bue-nos días -saludó Andy al entrar en
la cocina, bostezando.
-Buenos
días, Andy -su padre le acercó una taza de té y unas tostadas y le pasó una
mano por el pelo en un gesto cariñoso.
El cabello de Andy era un
tema frecuente de asombro entre sus compañeros de clase. Lo llevaba
corto, tan corto como un chico, y era de un color ambarino oscuro.
De hecho,
nada en su aspecto era del todo común: Andy tenía los ojos tan verdes como
esmeraldas, que chispeaban según su estado de ánimo; la cara morena y salpicada
de puntitos rojizos que se extendían desde las mejillas hasta más allá de su
nariz; y, para colmo, estaba su carácter.
Andy era tímida y reservada, y no le
resultaba nada fácil hacer amigos. No le ayudaba precisamente que los demás
niños la llamasen constantemente "la huérfana". Los padres de Andy se
habían separado cuando ella era poco más que un bebé. Aunque entonces era
demasiado pequeña para recordarlo, lo había aceptado de forma natural, y había
creído la versión que su padre le había contado: que sus padres ya no se
querían, porque su madre amaba a otra persona.
Sin embargo, su padre siempre había estado
ahí, como una sólida roca en la que apoyarse ante las dificultades... Aunque
tenía que reconocer que su a veces se comportaba de un modo un tanto
extraño. Cuando se enfadaba de verdad, repetía un gesto que Andy era siempre
capaz de predecir: apretaba el puño dentro de la chaqueta, como si allí
guardase algo que podría sacar para atacar a su contrincante si la discusión se
tratase de un duelo de esgrima. Además, a menudo ocurrían cosas raras a su
alrededor: el salero se movía sin que su padre lo tocara, y, cuando estaba
contento, parecía que los peluches de Andy hablaban en un idioma extraño
(aunque a ella se le antojaban imaginaciones suyas).
Ella sabía que no era como los demás niños,
y mucho menos su familia. Y, sin embargo, le hubiese encantado tener una amiga
con quien compartir sus secretos, comentar el último libro que había leído...
En definitiva, alguien con quien hablar.
Mientras masticaba su segunda tostada (a
pesar de ser muy delgada y de corta estatura, Andy casi siempre estaba
hambrienta), su padre se preparaba para ir a trabajar. Anthony Green era asesor
de publicidad en una pequeña empresa de material eléctrico. La hermana de Andy,
Sara, estudiaba en la universidad, y únicamente volvía a casa por las
vacaciones de Navidad y Pascua, pues en verano se iba de viaje con un pequeño
grupo de amigos. Por este motivo, Andy se quedaba muchas veces sola en casa,
algo que no le disgustaba para nada. De hecho, prácticamente no había ninguna
diferencia tanto si la niña estaba como si no: Andy se tumbaba en la cama a
leer o, si el tiempo lo permitía, salía al jardín con un libro y se olvidaba de
todo lo demás.
Eso fue lo que hizo exactamente ese viernes
de agosto: con Las aventuras
de Tom Sawyer bajo el brazo,
salió a la pequeña parcela de césped que había detrás de la casa y se tumbó
sobre la hierba.
No
hubiese sabido decir cuánto tiempo llevaba allí (puede que fuesen unas dos
horas, quizá algo más) cuando decidió levantarse e ir a dar una vuelta. Después
de cerrar la puerta acristalada del jardín y de atravesar la cocina, y tras
coger su bici del garaje, salió de la casa. Tenía la intención de mirar en el
buzón, ya que, aunque no solían recibir cartas muy a menudo, hacía varios días
que ni ella ni su padre recogían la correspondencia.
Abrió la pequeña puertecilla del buzón de
latón y sacó un pequeño fajo de cartas, que fue pasando hasta que llegó a la
última: un sobre de pergamino color amarillento, con su nombre y dirección
escritos en brillante tinta verde. Andy comenzó a ver borroso. Las piernas le
temblaban y tuvo que agarrarse al buzón para no caerse. Respirando floja e irregularmente,
consiguió abrir la puerta de la casa, llegar al salón y dejarse caer en el
sofá. Notaba que se estaba mareando, y, cuando se pasó la mano por la cara para
retirarse el flequillo de la frente, notó que estaba cubierta de un sudor frío.
No podía creer que después de tantos años,
su mayor sueño se hubiese hecho realidad. La carta venía del colegio Hogwarts
de Magia y Hechicería. “Andrea Green,
habitación en la buhardilla” fue lo último que vio antes de que todo se
volviese negro.
Capítulo
2.
Andy abrió los ojos. Recordaba haberse
desmayado... Había tenido un sueño tan bonito... En él, recibía una carta de
Hogwarts. Pero no podía haber sido verdad. Reprimió un sollozo. Había deseado
tanto ese momento...
Se
levantó del sofá y lo primero que vio fue un sobre amarillento, con letras
verdes. Volvió a respirar entrecortadamente. No había sido un sueño...
¡Hogwarts era real!
Volvió a dejarse caer entre los mullidos
cojines y recogió la carta del suelo con manos temblorosas. Abrió el sobre,
sacó la carta y leyó:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA
Directora: Jane McRory
(Orden de Merlín, Segunda Clase,
Secretaria de la Confederación
Internacional de Magos).
Querida señorita Green:
Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el
colegio Hogwarts de Magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros
necesarios.
Las clases comienzan el 1 de septiembre. Por circunstancias del
centro, nos ha sido imposible contactar con usted con antelación, de modo que
esperamos su lechuza antes del 10 de agosto.
Muy cordialmente,
Eleanor Lewis
Directora adjunta.
Además, el sobre contenía
hoja doblada por la mitad en la que venía impresa una lista:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA
UNIFORME
Los alumnos de primer año
necesitarán:
- Tres túnicas sencillas de
trabajo (negras).
- Un par de guantes
protectores (piel de dragón o semejante).
- Una capa de invierno
(negra).
(Todas las prendas de los alumnos
deben llevar etiquetas con su nombre.)
LIBROS
Todos los alumnos deben
tener un ejemplar de los siguientes libros:
- El libro reglamentario de hechizos (clase 1), Miranda Goshawk.
- Una historia de la magia, Bathilda Bagshot.
- Teoría mágica, Adalbert Waffling.
- Transformación elemental, Albus Dumbledore.
- Guía de pociones básicas, Arsenius Jigger.
- Teoría y práctica para la defensa contra las Artes Oscuras, Helen
Carter.
RESTO DEL EQUIPO
1 varita.
1 caldero (peltre, medida 2).
1 juego de redomas de vidrio o de cristal.
1 telescopio.
1 balanza de latón.
Los alumnos también pueden
traer una lechuza, un gato, una rata o un sapo.
SE RECUERDA A LOS PADRES QUE
A LOS DE PRIMER AÑO NO SE LES PERMITE TENER ESCOBAS PROPIAS.
Andy no podía creerlo. Sencillamente, debía
de estar soñando. Sí, eso era. Se pellizcó con fuerza. Le dolió, lo que en
principio descartaba que estuviese dormida. Pero entonces, si estaba
completamente despierta... ¿El mundo de Harry Potter existía en realidad? ¿Por
qué J.K. Rowling había revelado a los muggles los secretos de los magos?
Sencillamente, era imposible que el Ministerio de Magia la hubiese autorizado a
hacerlo. ¿Y por qué sabía ella tantas cosas acerca de los magos y brujas?
¿Quién se lo había contado? ¿O ella misma era una bruja? La cabeza comenzó a
darle vueltas, tratando de responder las preguntas que se agolpaban en su
cabeza.
Precisamente acababa de caer en la cuenta
de que la autora de los libros podría haber sido un personaje en la
historia cuando oyó el ruido de unas
llaves en la cerradura de la puerta principal. Su padre estaba en casa.
- ¡Ya estoy aquí! -oyó que exclamaba desde
el vestíbulo.- ¿Hola? ¡Andy! ¿Dónde estás?
- Aquí -susurró ella, intentando que su voz
fuese algo más fuerte que el susurro desmayado que su garganta se empeñaba en
emitir.
A las diversas preguntas y preocupaciones
que tenía en mente se le añadió una nueva: ¿Qué iba a decir su padre cuando se
enterase de que su hija era una bruja?
Las pisadas se encaminaron hacia el salón,
y Andy pudo ver la cabeza de pelo rizado de su padre asomarse por la puerta y,
poco después, el cuerpo completo. Anthony Green abrió la boca para decir algo,
tal vez para preguntarle a Andy que por qué tenía la cara tan colorada, o puede
que fuese para regañarla por dejar todo el correo desperdigado por el suelo; pero,
al pasear la mirada por el sofá, sus ojos se encontraron con la carta de
Hogwarts.
Sus ojos se agrandaron y su cara se tornó
asombrosamente pálida. Comenzó a farfullar:
- Andy...
Oh, Andy... -parecía incapaz de decir nada más.- Tú... Tú también...
A pesar de estar aún confusa, por la cabeza
de Andy cruzó otro pensamiento: “¿También? ¿Además de quién?”.
Esta última pregunta halló enseguida una
respuesta que dejó a Andy sin habla. Lentamente, su padre metió la mano en el
bolsillo interior de su americana y sacó algo de allí; era un objeto alargado,
algo más grueso que un lápiz y bastante más largo.
Era una varita.
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